El cerebro moral

El cerebro moral
Recensión del libro El cerebro moral. Lo que la neurociencia nos cuenta sobre la moralidad, de Patricia S. Churchland.
   Churchland es profesora emérita de Filosofía en la Universidad de California en San Diego, y profesora adjunta en el Instituto Salk para Estudios Biológicos. Su área de investigación se centra en la relación entre neurociencia y filosofía. Churchland se encuadra en la corriente que en filosofía de la mente se denomina materialismo eliminativo, una forma radical de fisicalismo, para quienes todo aquello que existe es físico. En su propuesta reduccionista defiende la hipótesis de que la mente es el propio cerebro, y que la conciencia no existe, excepto como epifenómeno de la función cerebral.
   Siguiendo la línea ya trazada en su famoso artículo ¿Puede la neurobiología enseñarnos algo sobre la conciencia? [1] en el que Churchland postulaba cómo la neurociencia estaba en condiciones de revelar los mecanismos físicos que hacen posible las funciones psicológicas de orden superior, en este libro, y con las mismas premisas, se compromete con el proyecto de analizar los fundamentos de la sociabilidad de los mamíferos, así como la moralidad de los seres humanos en particular.
   Muestra la autora en el libro las condiciones que subyacen a nuestra naturaleza de mamíferos sociales, y las implicaciones que conlleva ofrecer una plataforma neuronal como basamento de nuestra conducta moral. Y todo ello en el marco de una invocación a que lo biológico es causa única de lo psicológico y dentro de una defensa del enfoque naturalista de la moralidad, considerada como una manifestación natural modulada por los avances culturales y las interacciones entre cerebro, genes y entorno. El cerebro ya no es sólo el órgano regulador del pensamiento, las emociones o el lenguaje, sino el centro geométrico sobre el que pivota nuestro tránsito por el mundo social.
   En su exploración de las reglas y normas que determinan la moralidad, Churchland muestra su preocupación por las afirmaciones de carácter moral formuladas de modo rígido y dogmático, que desatienden con carácter absoluto la necesidad de preocupación por el bienestar humano. Con esta base, critica la racionalidad del imperativo categórico kantiano y su vocación de universalidad, incapaz de mostrar flexibilidad ante circunstancias que obligan a la consideración de excepciones a la norma moral.
   Volviendo a la neurobiología, no parece haber dudas, como postula Churchland, de la existencia de una larga relación causal entre genes, proteínas, neuronas y conducta, pero supone un salto cualitativo de varios órdenes de magnitud afirmar que el cuidado de la descendencia y la ampliación del círculo social, comportamientos característicos de los mamíferos y cuestión basal del origen de la moralidad humana, es causa directa de los niveles en sangre de ciertas hormonas, citando en concreto la arginina vasopresina y la oxitocina. Es cierto que se han publicado trabajos en los que se ha verificado cómo aumenta la secreción de oxitocina en respuesta a la exposición a estimulación sensorial placentera [2], como la expresada durante las relaciones sexuales, las caricias, las relaciones madre-hijo, la ingesta de alimentos o la lactancia materna. Pero estos estudios son de carácter meramente descriptivo, por lo que la cautela se torna necesaria cuando se pretende dar a ciertas hormonas un rol de protagonismo en la caracterización de la moralidad humana.
   La propia autora, consciente de la dificultad, admite el carácter de sistema no lineal que caracteriza a los genes que determinan el comportamiento. Difícil parece acompasar esa conclusión con el reduccionismo eliminativista de Churchland, que ignora la naturaleza no biológica de algunos presupuestos que determinan ciertos comportamientos morales, como la educación, la organización política o el contexto cultural.
   Dadas las limitaciones de las técnicas de prospección neurológicas, parece vano su intento de buscar una justificación de la moralidad humanas en bases meramente neuroquímicas. Técnicas como la imagen por resonancia magnética, en las que Churchland se apoya para fundamentar su hipótesis, tiene tantas limitaciones prácticas que su alusión sólo hace caer en la melancolía. Además, las pruebas que propone la autora son puramente anatómicas, muy lejos de un acercamiento real al carácter algorítmico de los procesos funcionales del cerebro.
Y aunque en un futuro próximo quedase satisfecha la esperanza de Churchland de ver explicado a nivel molecular todos los mecanismos que se ponen en juego en la fisiología cerebral, quedaría aún por resolver un segundo nivel de dificultad, el relacionado con el carácter ontológico de la mente humana. Si la mente es el cerebro, como defienden los eliminativistas, todo quedaría explicado. Pero la comprensión de la relación cerebro-mente-moralidad se encuentra en las fronteras de nuestro conocimiento y no es prudente realizar afirmaciones tajantes al respecto. No en vano, tanto a un emergentista como Bunge como a un cognitivista como Piaget, le escandalizarían los afirmaciones reduccionistas de Churchland. Y si Freud ya ligaba lo masculino/femenino a aspectos tanto biológicos como psicológicos y sociales [3], qué no decir de cualidades mucho más amplias y complejas como la sociabilidad y la moralidad humanas.
   De este modo, salvo que se esté en disposición de aceptar un determinismo biológico estricto, se hace necesario abordar el estudio de la génesis de la moralidad desde una perspectiva multidisciplinar, que supere la hipótesis neuro-mecanicista que Churchland defiende en esta obra.

 

Referencias
[1] Churchland, P.S. (1994), Can Neurobiology Teach Us Anything about Consciousness?, Proceedings and Addresses of the American Philosophical Association, vol. 67, no. 4, pp 23-40.
[2] La literatura es extensa. Como ejemplo: K. Uvnäs-Moberg, L. Handlin and M. Petersson (2015), Self-soothing behaviors with particular reference to oxytocin release induced by non-noxious sensory stimulation, Frontiers in Psychology, vol. 5, no. 01529.
[3] En su obra Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis (1932-1933).

 

8 comentarios en “El cerebro moral

  1. tremendamente interesante el tema , y que decir como se divulga , con mucha claridad . seré más reduccionista aún ; la recepción y comunicación de la información procesada en el cerebro se hace por ondas electromagnéticas, la memoria se guarda de igual forma y así tantas cosas . además que el cerebro recrea la realidad que no necesariamente coincide con el mundo exterior. hay tantos ejemplos de como el cerebro inventa una realidad aparente para facilitarse y facilitarnos la vida .

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  2. Más que ondas electromagnéticas yo diría señales químicas, aunque ciertamente también de carácter eléctrico. Al referirse a la mente humana hay que tener mucho cuidado con el reduccionismo, pues es difícil explicar los estados mentales acudiendo exclusivamente a la fisiología cerebral. Y estoy de acuerdo contigo, la correspondencia entre realidad y percepción es algo que ha dado lugar a muchas controversias.

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  3. claro que si , valga la corrección . impulsos eléctricos , electrones , umbrales sensoriales , pero ondas electromagnéticas al menos desde los sentidos al neocórtex nunca . la retina de nuestros ojos sí que convierte las mentadas ondas en impulsos eléctricos que vía nervio óptico llegan al cerebro . gracias y espero que continúes escribiendo de estos apasionantes temas.

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  4. Hola Paco, hace dos días intenté publicar un comentario que todavía no ha salido. Si intento volver a ponerlo sale un mensaje que dice que ya hay un comentario idéntico. Así que supongo que estará en moderación o en spam (¿tal vez porque contenía un hiperenlace?). No sé de qué otra forma puedo contactar contigo, pero cuando el asunto esté resuelto puedes borrar este comentario. Saludos, Gonzalo

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  5. [Vuelvo a intentarlo.]

    Felicidades por no tener miedo a discrepar del reduccionismo mecanicista reinante, por mucho que lo defiendan personalidades como Patricia Churchland.

    No solo es imposible reducir la ética a fuerzas mecánicas ciegas, es decir, las leyes de la física, la química, la biología, la neurología, etc. También es imposible hacer lo mismo con la lógica, la aritmética… en definitiva, con toda la racionalidad. El mecanicismo materialista es incapaz de explicar la inteligencia humana.

    He escrito sobre esto en mi propio blog [De máquinas e intenciones: ¿Inteligencia sin libertad?], también en tono crítico con Churchland: «Consideremos lo siguiente: ¿qué distingue a una calculadora que funciona bien de una que funciona mal? Las dos obedecen a fuerzas mecánicas, deterministas. Por tanto, la diferencia entre ellas dos no puede ser explicada por principios mecánicos, sino que requiere un principio explicativo diferente (…). El calcular bien o mal no es una cuestión exclusivamente mecánica.»

    PD. Por cierto, llegué aquí desde tu magnífico post sobre Hubble y Lemaître en Naukas.

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  6. Gracias Gonzalo por el comentario. Desde mi punto de vista, una de los lastres asociados al reduccionismo es, paradójicamente, el gran éxito que ha tenido en su aplicación a las ciencias físicas, lo que ha llevado a que se haya intentado aplicar al resto de disciplinas naturales.

    Desde luego la mente humana no puede ser explicada bajo el paradigma del reduccionismo, dado que su grado de complejidad la hace irreducible a los elementos más simples que la constituyen.

    Yo, particularmente, para explicar la naturaleza de la mente humana me adhiero al emergentismo, una propuesta explicativa del origen de la mente que se compromete con la explicación de aquellos fenómenos que surgen de sistemas complejos que a nivel global presentan propiedades que son imposibles de explicar desde el estudio de los elementos que lo conforman, entendiendo el mundo como un sistema jerárquico dispuesto en distintos niveles de organización.

    Conocía tu blog. Te felicito.

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